[…] raro era cuando la cuerda no se rompía al primer contacto con sus manos. Desecha por su mala calidad, vacías y tristes. Cuerdas de hilos pasados, planas, y siempre llegadas a destiempo. Las destrozaba y rasgaba sin saber el porqué[…]
A pesar de lo adecuado en forma, tiempo y labios de la soga… Tampoco era extraño que el muchacho no consiguiera descubrir la forma correcta de amarrarse, porque aquel enero volvió a suceder. Y esta vez tambien lloró, tambien intentó levantarse.